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Danza del universo

Actualizado: 10 oct 2022

La sala está a oscuras, los espectadores murmuran y se mueven impacientes desde los palcos que rodean el escenario. Es una galería interminable con la pista circular en el centro. Lo primero en escucharse es la orquesta, un sonido leve, casi un susurro, algunos se asoman al borde del abismo para, en vano, intentar escuchar mejor.


Crescendo.


Ahora el escenario está iluminado, haces de luz siguen el movimiento de las distintas figuran que se deslizan al compás de la música, los vestidos brillan, las máscaras ocultan rostros, generando una especie de secretismo excitante. Los bailarines giran, se tuercen, saltan y se separan, son individuos independientes guiados por la música como la luna guía a las estrellas, su protectora, su eterna luz.


Hombres y mujeres asienten, contentos con el espectáculo, hallándose a sí mismos cultos y contentos con ellos mismos, pero ellos no saben, no entienden, no esperan.


Staccato.


Es sutil, pocos lo notan al principio, como una pareja se acerca al centro, como las otras se alejan, sin perder el ritmo, sin dejar de girar y saltar. Se separan, ella corre, con la gracia con la que correría una garza y salta en los brazos de él, que la atrapa y la hace girar, su vestido dorado como el sol y el fuego hipnotiza a la audiencia.

La suelta, pero ella no cae, gira y sigue girando, su máscara es un sol naciente, ella es una estrella fugaz, un fuego de los fuegos, el, hermoso y de plata, no tarde en unirse, y se vuelven a soltar porque Selene y Helios son eternos amantes destinos a la separación perpetua.


Disonancia.


En los palcos, las máscaras caen, espectadores sumergidos en una catatonia total. La función es solo instrumental, pero, aun así, la música, los bailarines e incluso las máscaras inexpresivas que llevan parecen susurrar en el oído de la gente “Mírenos bailar, sobre el cielo, como los astros, como un sueño”


Una vez el sol y la luna ascienden hasta la mitad del teatro, justo en el comienzo de los palcos, a la altura de la gente, las estrellas comienzan a subir también, habiendo quedado olvidadas en el fondo del abismo, rodean a sus padres y no se atreven a robarles el protagonismo. Ya no hay luces porque ellos brillan, ellos son la luz que mantiene en movimiento el universo y la música de la orquesta es el temporizador para volver a la oscuridad.


Y duele, duele cuando la belleza se pierde en la velocidad, la mente ralentizada de hombres y mujeres no puede apreciar verdaderamente el baile, la danza del universo, los bailarines siguen saltando, girando, largando chispas y recreando eclipses, son supernovas y ahora forman nebulosas. Estiran sus brazos, no saben, no entienden, no esperan.


Decrescendo.


Como insectos buscando la luz, se tiran de sus palcos. Caen, formando una anarquía en el sonido, embruteciendo la armonía, pero está bien. La belleza es bruta.


El cosmos llega al espacio, las estrellas, el sol y la luna ejecutan su giro final y el mundo se ilumina fugazmente para luego volverse oscuro. Los bailarines están en el escenario, sonrientes y sudorosos bajo sus máscaras. Hacen una inclinación y se despiden. No hay ningún aplauso ni ovación como respuesta.

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