El fuego abrasa mi cuerpo, continúo cayendo, perdido en la sofocante y helada inmensidad del universo. Intento abrir un poco los ojos, pero el destello dorado del sol me impide ver nada, así que me entrego a la oscuridad, me entrego a ella; la madre de presencia solemne.
Me siento ir, y de pronto ya no estoy cayendo, floto en mi propia gravedad con un cuerpo que no me pertenece. El sol ya no me quema, su luz radioactiva toca mi piel dura y castigada y la refleja. Estoy viendo lo que ella ve.
Y nos estoy viendo caer. Como cometas, como estrellas fugaces, nuestras estelas forman unas líneas azules en el cielo espacial y nuestros cuerpos ardientes apenas se distinguen entre las hermosas llamaradas que nos rodean.
Ellos también están viendo; los siento, son un cosquilleo en el fondo de mi alma, estamos tristes, estamos emocionados, estamos renunciando a nuestros cuerpos físicos, porque somos débiles y efímeros; somos un simple destello en el firmamento. Pero Ella nos retiene, nos adopta y nosotros nos sentimos protegidos en su abrazo.
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