Intento recordar donde estoy, pero hay un zumbido constante, como el de la corriente eléctrica, que no me deja pensar con claridad. Me levanto y noto que estoy recostado sobre un colchón de flores. Parecen crecer de la nada, en el asfalto sobre un parche de tierra iluminado por un faro. Me alejo, algo anda mal, son hermosas, doradas en la oscuridad y perfectamente rectas aunque estoy encima de ellas. Mi corazón es un tambor en mi pecho.
En un movimiento que mi cerebro no logra procesar las flores se retuercen, como espectadores de teatro sus cuellos giran y sus ojos, cientos de ojos, me miran, vivos. Demasiado vivos. El faro, que era mi amparo en la noche, se apaga. Ellas comienzan a gritar. Todo es negro, rojo y dorado, solo sé que estoy corriendo sin sentir mis piernas moverse porque el shock ha sido muy fuerte.
A lo lejos veo una luz, el parche de tierra aparece y las flores brotan de él; sigo corriendo, adentrándome nuevamente en la oscuridad, hasta que otro faro se enciende y otro parche aparece y nuevas flores amarillas brotan de él. Comienzo a pensar que perdí la cabeza porque los gritos no se detienen y el zumbido eléctrico se vuelve más fuerte, como clavos incrustándose en mi cabeza.
¿Por qué? ¿Por qué corro? No sé quién soy, donde estoy ni hacia dónde voy. No tiene sentido correr ¿De qué estoy huyendo?, eso tampoco lo se. Me dejo caer en el suelo de espaldas. El cemento esta frio, pero no lo siento, no siento nada. Miro al cielo, a la luna, es dorada y alrededor de ella hay unos hermosos pétalos amarillos. El faro titila y se apaga. Los pétalos me acarician las mejillas y cierro los ojos.
Escrito en el taller "Imágenes y palabras" con tema libre.
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